jueves, 12 de enero de 2017

Los que nunca nos queremos dormir



Algunas personas pertenecemos a ese grupo de falsos insomnes, nocturnos patológicos, autoimpuestos, esos que en realidad no tenemos insomnio alguno, pero que nunca nos queremos dormir. Somos de esos para los que cada mañana es el inicio de un viaje eterno hacia Nunca Jamás, un viaje repleto de obstáculos, prisas infinitas, monstruos gigantes, y todo tipo de trampas mortales que te quieren atrapar. Es el inicio de un juego de roll diario, donde lo único que cuenta es el tiempo, el tiempo y el dinero, donde todos, absolutamente todos los minutos tienen precio, y son, además, muy caros. Cada uno tiene su juego de roll particular, algunos se enfrentan a personajes pequeños que se llaman niños. Para otros su juego consiste en pasar pantallas de reuniones y reuniones, una tras otra, mientras una corbata trata de estrangularles y ellos deben concentrarse en la reunión a la par que en seguir respirando si quieren sobrevivir. Otros juegan a ser mamás, papás y grandes profesionales a la vez, con una vida extra, algunas veces, para ir al gimnasio e incluso para maquillarse, o al menos lo intentan, porque científicamente eso no es posible. Y así, cada uno va pasando sus pantallas como buenamente puede. Con más pena que gloria, con algo de angustia, y siempre con mucha prisa. Y el juego, además, dura todo el día, si pierdes tiempo no llegas y mueres, game over para ti, en esos casos se pueden recuperar las vidas acudiendo a un psicólogo, que tratará de reiniciarte, y de ese modo puedes volver a empezar. Con o sin vidas, siempre termina el juego al final de día. A veces muy al final del día, a veces tan al final del día que te queda poco para enlazar una partida con la siguiente, tan al final del día que deberías estar ya dormido, pero tú ni siquiera te has sentado a cenar. Pero sea lo tarde que sea, el tiempo del juego se detiene en algún instante concreto, siempre lo hace, aunque a veces parezca que nunca va a llegar, en ese momento sabes que el mundo se ha parado en seco, lo puedes sentir, es una sensación psicotrópica. La partida se termina cuando los niños duermen, cuando te has duchado porque incluso habías hecho deporte, y cuando aflojas esa corbata que durante todo el día ha tratado sin éxito de cerrar el paso del aire hacia tus pulmones oscurecidos por la contaminación de tu ciudad. El juego ha terminado, el tiempo se detiene, y es entonces que empieza para ti tu vida real, da comienzo ese momento de calma infinita y etérea, esa sensación de ser tú mismo, sin disfraces sociales ni máscaras, sin modales, sin reloj. Da comienzo el inicio de tu propio día. De tu vida fuera de Matrix. Es el momento de gloria para los que nunca nos queremos dormir. Si te duermes te lo pierdes, lo importante es no quedarte dormido, para ser consciente muy nítidamente de que no tienes nada que hacer, más que estar o existir, y respirar, si acaso estar sentado, o tumbado acariciando la pierna de tu pareja, mirando la televisión, un capítulo tras otro de tu serie favorita, tocar la guitarra un ratito más, y aún puedes incluso leer un libro ... Siempre hay una página después. Siempre hay otra canción. Por eso nunca nos queremos dormir, para que ese momento nuestro, tan privado e inviolable continúe existiendo, para que esa inmunidad no se agote nunca, no se detenga. No te acabes, por favor, no te acabes todavía, déjame sentirme un ratito más. Pero el tiempo, por desgracia, y a pesar nuestro, sólo se detiene en nuestra mente y en nuestra piel, pero sigue corriendo diligente en el reloj de la cocina, y no lo quieres mirar porque, en realidad, no quieres tener la certeza de que sólo te quedan 5 horas para volver a empezar de cero. Quizá menos. A los que nunca nos queremos dormir nos acaba venciendo el propio sueño, te atrapa como una tela de araña, siempre terminamos perdiendo esa lucha sangrienta y encarnizada en la que se enzarzan cada noche nuestro cerebro, que quiere seguir un ratito más, con nuestro cuerpo, que trata, por pura supervivencia, y a través de los párpados, de encerrarnos en una jaula nocturna durante unas horas, y siempre lo acaba consiguiendo, aunque nos resistamos a ello como pequeñas fieras. Si cierras los ojos tan sólo un momento estás perdido. Acabado. Es tu fin. Un pequeño descuido, y la próxima vez que seas consciente de algo, será de que tienes que levantarte y empezar de nuevo tu partida de roll. Es un momento trágico, te preguntas cómo ha podido pasar, si hace un segundo estabas viendo la televisión, tenías toda la noche por delante para ti solo, sin ninguna obligación, y ahora, sin más, te encuentras otra vez ahí, en el punto de partida, exactamente donde estabas ayer a esta misma hora, para volver a repetir las mismas cosas, a la misma velocidad. Para empezar de nuevo tu propio psicodrama. El despertar es un momento abrumador, en el que, o coges carrerilla, respiras muy hondo y saltas al vacío, o decides volver a cerrar los ojos para no depertarte nunca más. Pero no puedes demorarte en la decisión, porque el tiempo apremia, porque llegas tarde, porque hay atasco, porque un niño tiene hambre, porque el mundo te está llamando a ritmo de alarma de despertador. Y ahí estás tú, pensando en cuándo llegará de nuevo la noche para no dormirte.

Porque eso es, más o menos, lo que sentimos los que nunca nos queremos dormir ...