Los vampiros ...
Se conoce como ‘enfermedad de los vampiros’ a la porfiria,
un extraño trastorno que normalmente se transmite por vía genética y que, entre
otros síntomas, provoca ampollas en el cuerpo de quienes la padecen cuando
existe exposición a la luz solar. Es esta particularidad precisamente la que
inspira su vampírico sobrenombre.
Más concretamente, las porfirias son un conjunto de
enfermedades derivadas de una producción anómala de la hemoglobina, una
proteína de la sangre. La deficiencia se produce en un grupo prostético llamado
hemo, cuya biosíntesis es deficiente por problemas en las enzimas.
Existen varios tipos distintos de porfirias, aunque en
función del defecto metabólico la clasificación se reduce a dos: hepáticas y
eritropoyéticas. La más común es la la porfiria cutánea tardía y, si bien la
transmisión suele ser hereditaria, hay otros factores -alcohol, drogas,
infecciones, determinadas hormonas,…- que pueden desencadenar en ataques de
este tipo.
Además de las erupciones cutáneas anteriormente comentadas,
la ‘enfermedad de los vampiros’ puede manifestarse en forma de cólicos, dolores
abdominales, alteraciones de los sistemas nervioso y muscular, molestias en las
extremidades e incluso parálisis, problemas mentales y cambios de personalidad.
La abundancia de porfirinas genera anemia, que explicaría la
palidez típica de los vampiros, al mismo tiempo que colorea de rojo los ojos y
los dientes, además de provocar una enorme fotofobia o sensibilidad a la luz.
La luz solar lesiona la piel de los enfermos de porfiria, produciéndoles llagas
que pueden mutilar los labios, haciendo que los dientes rojos parezcan más
grandes, y las orejas, dándoles la forma puntiaguda característica. Además,
hace que necesiten transfusiones de sangre, puede provocar la aparición de
vello en el rostro (el mito del vampiro siempre ha estado muy vinculado al del
hombre lobo) y hasta explicaría el odio al ajo típico del vampirismo, puesto
que el ajo al parecer agrava la enfermedad.
¿Es la porfiria el origen de las leyendas vampíricas? Podría serlo en parte, pero es una enfermedad demasiado poco frecuente para haber dado origen a un mito que, sobre todo en el este de Europa, estuvo extremadamente extendido hasta el siglo XVIII, cuando el avance de la medicina y la Ilustración empezaron a hacer mella sobre tradiciones muy arraigadas. Probablemente la dificultad de la ciencia antigua en saber cuando alguien está realmente muerto (hasta no hace tanto tiempo la prueba habitual para diagnosticar la muerte era tan poco concluyente como colocar un cristal bajo la nariz del paciente y ver si se empañaba) provocaría muchos casos de personas enterradas vivas que se retorcieran en sus ataúdes.
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